see you

“Twenty years from now you will be more disappointed by the things that you didn’t do than by the ones you did do. So throw off the bowlines. Sail away from the safe harbor. Catch the trade winds in your sails. Explore. Dream. Discover.” – Mark Twain.

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Adiós Guna Yala.

April 13, 2018 by David Ruiz

Thor navega rumbo a Shelter Bay, una Marina en la entrada del canal de Panamá donde será sometido a la inspección que forma parte de los trámites para hacer el cruce. Pronto me encuentro avanzando, con un cierto complejo de hormiga, entre infinidad de buques mercantes, porta contenedores gigantescos, petroleros y transatlánticos que esperan su turno fondeados a las puertas de las esclusas en la ciudad de Colón.

En apenas una semana Thor pondrá rumbo a la Polinesia surcando ya las aguas del océano Pacífico; una travesía de 4 mil millas que espero cubrir aproximadamente en unos 30 días hasta las Marquesas. Empieza una nueva etapa que afronto como un gran reto, con gran emoción y  también con una cierta aprensión, o como diría Conrad, con una "saludable aprensión".

Después de 4 meses he dejado con tristeza el archipiélago de Guna Yala, la maravillosa marina en plena selva de Linton Bay y un montón de amigos. Navegantes de todas las condiciones, gente de todas las nacionalidades. A parte de los que estamos de paso, la mayoría llevan años por esta zona. Viven al día y chartean el barco cuando se les acaba el dinero. Esto viene a ser una especie de mundo paralelo donde se vive a otro ritmo, al ritmo de los Gunas, con poco dinero y en pleno contacto con la naturaleza. Pero no nos engañemos, el clima tropical durante 12 meses al año no es apto para todos, la humedad hace estragos, la seguridad no está garantizada y vivir en un barco por estos mares conlleva algunos riesgos, y si no, que se lo pregunten al Gallego.

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El Gallego.

Camiseta raída, bañador harapiento, chancletas. Barba negra muy tupida, enormes patillas, unicejo y mirada de expresión un poco enloquecida. Un poco capitán Haddock. Hace una semana ha perdido el barco por culpa de un ancla que ha garreado, y un motor estropeado de manera que ha sido imposible evitar la catástrofe y se ha estrellado contra los arrecifes en plena noche mientras dormía. Su barco, herido de muerte, ahora se descompone lentamente golpeado por el embate furioso de las olas contra los arrecifes, y ha pasado a formar parte de los innumerables barcos que naufragan por esta zona.

El Gallego, ha salvado el pellejo de milagro pero ha perdido todo lo que poseía en esta vida. Su querido barco era su casa y su herramienta de trabajo. No ha podido salvar ni el pasaporte, se ha quedado así, en traje de baño. Ahora duerme en un container y se busca la vida ayudando en otros barcos a cambio de comida.

La primera vez que lo vi fue en Cartagena de Indias. Me acuerdo porque me contó una historia que ya me dejó flipado. Viniendo de Brasil y afrontando un temporal empezó a encadenar una serie de averías en el barco, hasta quedarse tan solo con una única vela en condiciones y un motor que sólo funcionaba marcha atrás. Y así fue como entró en Cartagena, marcha atrás.

Poco después pilló paludismo y se quedo hecho trizas. Aún lo arrastra. También le picó un mosquito raro que al parecer le inyectó la larva de un gusano en la pierna y pilló una enfermedad que sólo se la pudo curar un chamán…

Me ha dicho que su vida siempre ha sido así, que cuando lleva un tiempo que todo va bien, se pone en guardia porque sabe que algo va a sucederle. Y le sucede.

Lo increíble del gallego es que parece un tipo feliz, siempre está de buen rollo, habla por los codos, tiene un gran sentido del humor y todo apunta a que es una bellísima persona. Me pregunto cómo es posible. ¿Será porque no tiene nada que perder?

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Las chicas del Dreamer.

Estoy a bordo del Dreamer, una peculiar goleta de acero aparejada con velas de junco. Elizabeth, su propietaria canadiense, lleva 7 años navegando por centro américa. Ahora mismo le acompaña su amiga Linda, norteamericana. El Dreamer está fondeado al socaire de la isla Elephant, en Cayo Limón.

Nos han invitado a cenar a bordo a Nito del Vitor y a mí. Esta tarde han pescado un jurel que ahora degustamos en un guiso que ha cocinado Linda.

Estamos en la cabina principal. Me fijo en la cantidad de cosas que hay en este barco por todas partes. Libros, plantas en macetitas, cuadros con grabados, herramientas, lucecitas, conchas y caracolas de mar de varios tamaños dispuestas en plan pesebre, almohadones de colores, cacharros de cocina, etc. Pienso en Thor y por un instante creo que a mi barco le falta un cierto toque, quizás me he pasado de espartano. Le pregunto a Elizabeth si cuando navega con un poco de rasca todo esto no sale disparado y se va al carajo. Elizabeth habla un español aceptable, pero con un acento difícil de entender. La conversación no avanza, nos hemos quedado enganchados con el significado de la palabra “carajo”.

Por su parte, Linda casi no habla español, pero se empeña en intentarlo. He calculado que tarda una media de unos 15 segundos para expresar cada palabra. Además, es muy tímida. Todo esto provoca que se cree una cierta expectación cada vez que va a decir algo y, en consecuencia, se colapsa todavía más porque nota que todos la miramos con una sonrisa un poco estúpida, moviendo la cabeza en un gesto afirmativo como para animarla, pendientes de que encuentre de una vez la palabra que busca y avance.

Así y todo, nos enteramos que Linda además de cumplir sus funciones como tripulante, se encarga de todo lo referente a la cocina y a la limpieza del barco. Elizabeth en calidad de capitán, más allá de gobernar el barco, parece ser que no pega sello.

Estas chicas, que rondarán los 40, son un poco punkis. Aros en la nariz, varias capas de ropa superpuesta. Leguins bajo falda de tul, camiseta de manga larga súper ceñida por debajo de chaquetilla de gasa transparente de manga corta, pulseras, anillos, todo recargado, rollo barroco con reminiscencias grunge. Ambas con el pelo desordenado y recogido con mil clips, gomitas y algunas cosas que no se muy bien que son y que cuelgan por todas partes.

Después de cenar Linda le pide a Nito que se acerque hasta el Vitor, fondeado muy cerca, a buscar una botella de ron porque a bordo del Dreamer no queda ni una gota. Le hemos pedido que toque la guitarra, pero dice que antes necesita colocarse un poco, que le da vergüenza.

Nito no está para ir a buscar nada, a duras penas puede moverse debido a un fuerte dolor de espalda. Finalmente, Linda resuelve el tema sacando un tetra brick de vino tinto del que sirve 4 tazas y de entrada se pimpla dos seguidas.

Elizabeth habla por los codos y de vez en cuando hace una curiosa mueca torciendo la boca hacia el lado derecho y suelta un sonoro eructo sin cortarse un pelo. Nito y yo, al principio sorprendidos, le comentamos que al menos en nuestro país esto se considera de mala educación. Nos da una explicación del todo incomprensible con su mezcla de español e inglés en su peculiar acento, intercalando algún que otro eructo, de manera que ahora mismo aún no sabemos si en su pueblo se considera un gesto de cortesía, o simplemente pasa de todo y le va este rollo embrutecido.

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Resulta que Nito es muy enamoradizo. La semana pasada, me comentaba que estaba enamorado de Elizabeth, pero ya la ha descartado y lleva un par de días enamorado de Linda, entre otras cosas porque se ha dado cuenta que no es nada femenina, y eso que hasta ahora no conocía su faceta gaseosa. Linda no parece que se lo vaya a poner fácil de entrada. Elizabeth por su parte, que será un poco cerda pero no es tonta, lo ha notado y no le ha sentado demasiado bien. Todo esto está generando un pequeño conflicto a bordo. Digamos que no es difícil percibir un cierto aroma hostil en el ambiente.

Elizabeth compró el casco del Dreamer prácticamente pelado y el resto lo construyó ella solita. Se ha hecho un pequeño taller en popa y ahora trabaja en unos pequeños colgadores artesanales, (quizás demasiado góticos para mi gusto), que piensa vender mañana en un flea market que van a montar aquí en Isla Elephant. Dice Nito que lleva días con esto porque oye los martillazos desde su barco. Yo pienso que si para hacer estos pequeños y encantadores colgadorcitos de apenas 10 cms, se lía a martillazos, no quiero ni imaginar la que debió armar construyendo este barco de acero. 

Elizabeth me cuenta que mañana también va a vender algunos libros y unos grabados enmarcados firmados por ella. Ahora me muestra una bici que piensa vender también mañana. Nito interviene, apuntando que esa bici es suya y le recuerda que se la regaló la semana pasada, y que no tiene derecho a venderla. Ella sin inmutarse, me asegura que la piensa vender muy barata.

De pronto suenan dos desgarradores acordes de guitarra. Hace un momento he visto de reojo a Linda pimplarse otras dos de vino. Creo que nadie más se ha dado cuenta. Lo ha hecho discretamente y a una velocidad sorprendente. El caso es que esto la ha predispuesto por fin, a dejar de lado su timidez y en un arrebato un poco violento se ha ensañado con la guitarra.

Elizabeth ha dejado de eructar. Se ha quedado dormida en el sofá, un poco espatarrada. Ahora ronca alegremente. Nito intenta decir algo sobre su espalda, pero sus palabras quedan ahogadas por el sonido de nuevos acordes acompañados esta vez de un par de alaridos, que francamente no auguran nada bueno. Linda está enchufada. Dice que adora a Tom Waits y a continuación empieza a aullar. El viento también aúlla en el exterior y la lluvia que acaba de hacer acto de presencia, repiquetea con fuerza sobre las escotillas del Dreamer. Yo pienso que el motor de mi dingui últimamente funciona cuando le da la gana y que Thor está fondeado a más de una milla de distancia. La noche promete.

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Nací en el Mediterráneo.

Tres y media de la madrugada. Ya no llueve, pero el viento sigue soplando con fuerza. Además, hay una corriente del copón. El motor del dingui se pone en marcha a la primera pero no las tengo todas conmigo. Me aseguro que ancla y remos se encuentran a bordo. Sin estos dos elementos, salir en estas condiciones con un motor dudoso sería suicida. No sería el primer idiota que desaparece en el océano arrastrado por los vientos y las corrientes a bordo de un ridículo dingui. Me coloco una luz parpadeante en la frente y suelto las amarras que me unen al Dreamer.

Pongo rumbo a la oscuridad más absoluta. Sé que tengo la barrera de arrecifes a sotavento de manera que me cubro ganando barlovento, para tener margen de maniobra suficiente antes de estrellarme contra éstos en caso de que falle el motor.

El cielo ahora está despejado y repleto de estrellas. Pronto me invaden los aromas dulces del caribe que percibo más intensos que nunca, seguramente porque he pasado las últimas 6 horas respirando en el enrarecido ambiente de la cabina del Dreamer. Voy con el gas a tope. El dingui planea veloz sobre las pequeñas olas, levantando espuma y en pocos segundos estoy empapado. Es curioso, pero a pesar de todo, o quizás precisamente debido a todo, estoy disfrutando. La noche es un espectáculo y yo voy cantando a pleno pulmón aquello de:

 “Soy cantor, soy embustero.
Me gusta el juego y el vino.
Tengo alma de marinero.”

Al rato intuyo en el horizonte, más o menos a 1 milla la luz de tope del palo de Thor. El motor dice basta y se para. El viento aúlla y yo dejo de cantar para poder soltar un par de tacos. Mientras intento ponerlo en marcha de nuevo, derivo a toda leche hacia los arrecifes. Veo la espuma de estos a unos 50 metros y escucho ya el atronador sonido de las rompientes, pero me doy otra oportunidad antes de echar el ancla. El motor arranca y salgo disparado cantando de nuevo efusivamente, aquella parte tan bonita y ahora mismo tan adecuada, sobre si viene a buscarme la parca, que dice:

 “Y a mí enterradme sin duelo
entre la playa y el cielo.

En la ladera de un monte,
más alto que el horizonte.
Quiero tener buena vista.
Mi cuerpo será camino,
le daré verde a los pinos
y amarillo a la genista.”

 … piel de gallina.

El motor tiene la delicadeza de esperar a que acabe esta estrofa, antes de pararse otra vez. Pierdo en pocos segundos el barlovento que había ganado. Vuelvo a tener los arrecifes a pocos metros y lanzo algunas blasfemias variadas, sin olvidarme de dedicar también unas palabras a la madre del que me vendió la gasolina adulterada. Intento arrancarlo de nuevo, aunque esta vez parece que se resiste. Tiro el ancla antes de llegar al oleaje que me estamparía sobre las rocas y cruzo los dedos para que agarre. Insisto dándole al arranque. El ancla encepa bien y aprovecho para descansar. Observo el firmamento.

Vuelvo respirar profundamente tomando plena consciencia del momento y me siento muy afortunado, la adrenalina tiene estas cosas. Me tumbo y por un momento, pienso incluso en pasar aquí la noche y ver el amanecer, pero pronto noto que si no me muevo me pelo de frío porque estoy empapado, el dingui está lleno de agua y sopla un viento demencial.

Después de varios intentos arranco de nuevo el motor, lanzo una exclamación de euforia y levo el hierro. Enchufo la proa contra los negros alisios saltando otra vez, raudo y veloz, las pequeñas olas y vuelvo con mi canción ahora ya, dándolo todo, a grito pelado.

Poco a poco la distancia que me separa de Thor se va reduciendo. Ya distingo las formas de su casco. Cuando estoy a unos 60 metros de su trayectoria por barlovento, una nube negra que no sé de dónde ha salido, explota y provoca esa típica lluvia infernal tan caribeña. El motor se apunta a la fiesta parándose de nuevo.

Gracias a mi situación respecto al barco, ya no hace falta volver a ponerlo en marcha. Sólo debo dejarme llevar por el viento y la corriente. Mientras derivo hacia Thor, me pongo de pié, sobre el diminuto banco del dingui, y entonces bajo el diluvio universal y aguantando el equilibrio, aprieto mi mano izquierda contra el pecho y extiendo el brazo derecho al viento, emulando a Pavarotti, para sentenciar eufórico pero solemne, aquello de:

“Cerca del mar, porque yo
nací en el Mediterráneo
Nací en el Mediterráneo.
Nací en el Mediterráaaneeeoooo”

… y consigo que coincida perfectamente el final de la canción con la llegada triunfal a mi querido barco.

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April 13, 2018 /David Ruiz
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